martes, 1 de noviembre de 2011

CONVERSIÓN

En estos días se produce un contraste entre la mucha gente que está pendiente de los servicios metereológicos para ver si va a poder ir a la playa, y aquellos que no han olvidado que el Viernes Santo se rememora la muerte en la Cruz del que se ha amnifestado –como dice Benedicto XVI en su 2º libro sobre Jesús de Nazaret- “el que ama hasta la muerte”. Es tremenda la tristeza que produce el alejamiento de la fe católica de la gente joven, y muchos de ellos participarían en su momento en las catequesis de Primera Comunión e incluso de la Confirmación. ¿Y sus padres? Pues seguramente son los responsables de ese enfriamiento de los hijos, porque no supieron prescindir de las series de televisión para rezar con ellos las oraciones de la noche; o sustituyen la Misa del domingo por paseo y compras por el Centro Comercial, la playa o el campo.
¿Qué se puede hacer para recuperar el encuentro con Jesús y poder soportar su mirada de reproche y cariño. Una solución ya la puso en marcha un ingeniero, que promovía una recristianizacción en un área muy  desarrollada industrialmente en el Norte de España, con aprendices y peones. “No os inquietéis si blasfeman o no van a Misa los domingos, tenéis que conseguir que se encuentren con Jesús, que de vez en cuando entren en la iglesia, se sienten delante del Sagrario y miren a Jesús y le planteen: ¿para qué me has dado la vida? ¿Qué es lo que tengo que hacer ahora? Y,  realmente, ¿tú nos esperas al final?

MATRIMONIOS JÓVENES

En una de las comidas de la última Navidad, cuando estábamos hablando de temas de familia y matrimonio, nos contó uno de los presentes: «A mí el consejo que más me ha servido, me lo dio un amigo de mi padre en la boda, justo antes de entrar a la iglesia, se me acercó y casi al oído me dijo: “Nunca te acuestes sin haber hecho antes las paces con tu mujer”. Le he hecho caso; y me ha ido muy bien.»  Se lo conté a otro marido joven, al que sabía que le iba a servir el dicho; ya que, en ocasiones anteriores, me había hablado de algunas discusiones subidas de tono que tenía con su mujer, los dos con un temperamento fuerte. Él añadió sonriendo: “Yo le doy un beso; aunque refunfuñe y rezongue”.

Mucha gente se pregunta el porqué muchos matrimonios jóvenes se rompen a los pocos años, y –a veces- a las pocas semanas o meses. Las causas son variadas: cuando se casaron eran unos inmaduros, creían que la vida era “color de rosa” y no sabían que iban a tener penas y dificultades, que tendrían que soportar o sobrellevar juntos. Otros, por culpa de la prolongación de los estudios y el deseo de tener los dos un trabajo seguro y una vivienda propia,  se casaron demasiado mayores -llenos de manías y caprichos egoístas- y no son capaces de conectar sus vidas. A esto se añade la facilidad que da la ley del divorcio para romper el matrimonio por cualquier menudencia, o por el tonto empeño de uno de los dos, que no quiere aceptar o sobrellevar una contrariedad, pensando que la ruptura es la única forma de resolver ese problema.

Además de esas posibles razones para la falta de estabilidad matrimonial, hay que añadir un peligro, quizá el mayor: que se haya enfriado el enamoramiento propio del noviazgo o se haya perdido el amor inicial de la primera época del matrimonio. La solución, en cualquier caso, está en fortificar el cariño: “hay que aprovechar el entusiasmo y la disposición de buscar el bien del otro y la felicidad de la pareja en la época anterior y posterior al mismo acto del matrimonio, para fortalecer ese amor que ya existe. Para ello es necesario que los dos sepan que el amor, en muchas ocasiones, exige sacrificio, lo que se hace con agrado, porque uno se olvida de sí mismo y lo que se quiere es la felicidad del otro. Así se entiende el dicho: “la felicidad no está en una vida cómoda, sino en un corazón enamorado”. Todo lo anterior, pensado en la cabeza, tiene también que salir del corazón, y debe, por tanto, ir acompañado de manifestaciones sensibles de afecto, de palabras cariñosas, de agradecimiento por lo que se recibe; de muestras prácticas de que se escucha y se tiene en consideración al otro: es decir, que se le respeta y se le aprecia… si no el amor se va empobreciendo y puede terminar marchitándose.